ALGUNOS TEXTOS

José Caballero. Variaciones sobre la unidad.

 

José Manuel Caballero Bonald

 

          […] Entre los copiosos y llamativos textos de varia lección que dejó escritos –y bastantes bien ordenados-  José Caballero, abundan obviamente los relacionados con la teoría y la práctica de la pintura. He tenido ocasión de revisar algunos de ellos y confieso que me han iluminado y rectificado no pocas ideas que  ya tenía previamente adquiridas sobre su obra. Sospecho, además que no fui yo solo quien abordó con apresuramiento ciertas cuestiones claves dentro de lo que se entiende por interferencias entre el trabajo artístico y la experiencia privada del artista. El propio pintor parece anticiparse en este sentido a cualquier supuesto prejuicio: “Hablar de la pintura o desde la pintura son cosas muy diferentes. La crítica analiza hechos ya concretados por el pintor. En cuanto a la conformación de esos hechos, corresponde por entero al artista”. Nada más lógico y palmario. Yo que además no soy –ni mucho menos- un crítico de arte, puedo hablar en términos subjetivos de mi atracción por ciertos ejemplos específicos de la pintura de José Caballero, pero en ningún caso lograría dilucidar las coyunturas y trámites psicológicos que

propiciaron un determinado foco de incitaciones creadoras. Por supuesto que eso es lo que ocurre en pintura y en cualesquiera de las otras bellas artes, allí donde al comentarista solo le esta permitido aventurarse a través de hipótesis y conjeturas más o menos verosímiles.

 

Una de las lecciones que he aprendido a partir de esa primera ojeada a los escritos de José Caballero es el del siempre arriesgado ejercicio de proceder a determinadas fragmentaciones del conjunto de una obra artística, sobre todo en lo que respecta a la parcelación en ciclos de acuerdo con su propia evolución temporal. Siempre se ha hablado a la hora de ordenar unitariamente el largo trayecto pictórico de Caballero –casi de sesenta años- , de fases muy definidas y por lo común, tajantes. Pero, ¿es en realidad muy distinto el primer José Caballero surrealista del último José Caballero internado por los laberintos de la signografía? ¿No existe una natural concordancia, recóndita si se quiere, entre los resortes de  la figuración lírica del pintor  y sus últimas aventuras en torno a la expresividad autosuficiente de la materia? Las incursiones cubistas, ¿no son aquí preavisos o resultantes de una mantenida obsesión por los secretos rigurosos de la geometría? […] Ya se sabe que una manera de vivir, un estado de ánimo, también se traduce en un modo de pintar. O de escribir poesía. O de componer música. Y yo creo que en la pintura de Cabalero se refleja muy bien su consecutiva gestación al hilo de esos periódicos cambios de experiencias vitales.

 

 Ya he anotado en otra ocasión que la obra general de de José Caballero se moviliza a partir de  cierta metafórica identidad con el concepto de revolución permanente. No hay rupturas, sino reajustes, algo que no siempre se ha tenido en cuenta en el trance de enfocar críticamente el desarrollo lineal de su obra. El propio pintor ha corroborado más de una vez su personal actitud frente a ese proceso de destrucción esgrimido como una constructiva dinámica creadora. Nada más coherente, en efecto, sobre todo si se piensa en la cíclica diversificación de acopios expresivos que se integran en la pintura de José Caballero. Pero ¿no podría argüirse que lo que de veras ocurre no es una desviación progresiva respecto a lo ya conseguido sino, más bien, una nueva forma de indagación de las zonas conquistadas?

 

             A mi me parece que antes de renunciar a sus propios hallazgos técnicos o conceptuales en beneficio de otras búsquedas, la exigencia fundamental de José Caballero ha consistido íntegramente en una constante revisión dialéctica de su propia obra. De ahí se deduce, en términos de militancia estética, ese incentivo creador que he asociado  -con los debidos rodeos- a la revolución permanente. José Caballero siempre afirma algo para negarlo después y enfrentar así los resultados de la oposición en una síntesis  dialéctica que no dudo en calificar de impecable. Pienso que es ese comportamiento el que confiere un ritmo de vivificante mudanza al conjunto de su obra. Lo unitario también se organiza aquí en función de lo diverso.  La experiencia personal ha hecho las veces de acuciante estímulo autocrítico. Cada descubrimiento ha preparado el terreno para una nueva tentativa de auscultación  en ese descubrimiento: cada avance hacia el futuro ha supuesto un paréntesis reflexivo en torno al pasado. Más que   de    una transición brusca encaminada al desmantelamiento  de un dominio establecido, habría que referirse a una acumulativa revisión  del hecho artístico consumado. Lo cual no quiere decir ni mucho menos que el pintor tienda al perfeccionismo –esa manía que se repele con la soberana impureza del arte- sino que se distancia sistemáticamente de la obra cumplida  para ensayar otras nuevas fórmulas de asedio a los trasplantes pictóricos de sus propias introspecciones […]

 

 

 Catálogo de la exposición antológica en el Centro Cultural de la Villa, Madrid, 1992, pp. 27-28.y en el catalogo de su exposición retrospectiva en la Galeria Nacional de Sofia, (Bulgaria) en 1979.

 

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