ALGUNOS TEXTOS

José Caballero: Caminos de papel

 

Jesús Cámara

 

    […] La obra sobre papel de José Caballero que muestra esta exposición, crea -y recrea- unos particulares Caminos de Papel en la obra de este singular artista. […] Se trata, en primer lugar, de profundizar en el conocimiento de la obra de José Caballero y su importante aportación al arte español del siglo XX, pero también de dignificar, valorar y dar justo lugar a estas creaciones, que a través de dibujos, grabados y técnicas mixtas supieron recoger en toda su intensidad, originalidad y calidad la manifestación de su arte en sus diferentes etapas. Estos caminos de papel que desde aquí se trazan sobre la obra de José Caballero, al mismo tiempo que nos ofrecen una visión en forma de panorama de la obra del artista, nos introducen en importantes aspectos de su proceso creador, que sin atender a estos trabajos en papel pudieran pasarnos desapercibidos. En algunos casos, aunque es evidente que el papel es para José Caballero un soporte artístico por sí mismo, y que gran parte de las obras expuestas son creaciones totales, que superan con mucho el estudio o la obra preparatoria, no es menos cierto que el papel sirve a Caballero de fecundo hábitat experimental desde el que articular temas, composiciones, e incluso series, que luego desarrollará con gran brillantez y profusión sobre lienzos y tablas, con pinceles o buriles, en obras de mayor formato y complejidad técnica, pero cuyas soluciones expresivas nacieron, instantes, meses, o años antes, sobre papel o cartulina. El papel le sirve para ir eliminando lo superfluo y quedándose con lo esencial.

 

El abandono del surrealismo. Los años cincuenta.

 

Acabada la contienda el dibujo sigue siendo un pilar fundamental en la creación del artista, y  se convierte en su medio de vida en esos años oscuros, de su exilio interior.  En palabras del propio pintor: Nunca me encontré más solo, más incomunicado. Por de pronto  me alejé de la pintura, que sólo me ofrecía un retorno al pasado, que yo no estaba dispuesto a aceptar. Si estaba equivocado, prefería seguir con mi equivocación adelante antes que traicionarme. Si no lo estaba, el tiempo lo diría. Nunca me encontré más solo, ni más enfurecido. Me aparté de la pintura por una década. Y finalmente vuelvo a la pintura por el  mismo lugar donde la había abandonado, por el surrealismo. Pero aquel medio de expresión ya no me resultaba válido y opté por abandonarlo para no caer en un manierismo esteticista. Comienzo a buscar nuevos modos de expresión. Para mí la pintura es siempre una aventura apasionada. Más tarde aparece la gran vigilia de la expresión y busco en la línea pura una fórmula para destruir todo barroquismo innecesario. En efecto, las obras producidas en esos aciagos años cuarenta de la posguerra española son los más impersonales y menos representativas de Caballero, ya que se había refugiado exclusivamente en la técnica.

 

Aprovecho esas palabras de José para situar su figura como pintor y recalcar donde está situado, esto es, en la abstracción española de la segunda mitad del siglo XX. No es justo para nuestro artista la limitación de horizontes que algunos nostálgicos intentan aplicarle. José Caballero no pudo pertenecer a la generación del 27 (había nacido en 1915), por mucho que se empeñen algunos críticos y estudiosos de esa segunda edad de oro de la cultura española. Bien es cierto que conoció, fue amigo de muchos de sus componentes y que realizó importantes trabajos de ilustración y decorados en los años treinta, pero la guerra civil sesgó aquel incipiente germen y José Caballero tuvo que reinventarse como bien dice Francisco Calvo Serraller. Hay que tener presente que Caballero, contre el parecer de aquellos que se anquilosan en el pasado, mantuvo a lo largo de toda su vida la actitud vanguardista de sus primeros años juveniles.

 

Esta muestra abarca desde principios de los años cincuenta, coincidiendo con su entrada de lleno en la pintura, (primera exposición en la madrileña Galería Clan, 1950), hasta el final de sus días. Antes de esa fecha, insisto, había realizado sobre todo escenografías teatrales y cinematográficas e ilustraciones para libros. Quiero hacer notar el gran esfuerzo y valiente decisión de José Caballero al dedicarse por completo a la pintura en el momento en que decide que el surrealismo está superado. Esto fue así, mientras que muchos de los artistas que estaban empezando entonces lo hicieron para entrar en la vanguardia partiendo de ese movimiento artístico. Caballero tenía otro bagaje con el que entrar en la abstracción, ya que lo había realizado en su tiempo. Fue el único artista que en España dio ese paso, a la manera de sus contemporáneos europeos. Además tuvo que hacerlo en solitario, porque era efectivamente el único que se encontraba en esas condiciones. El propio artista comentaba que se consideraba un guerrillero a la fuerza, no por elección y el proceso de reencuentro consigo mismo como pintor no le fue fácil, ni inmediato, como bien ha dicho el profesor Francisco Calvo Serraller.

 

[…] A partir de 1950 abandona definitivamente los planteamientos surrealistas, en una transición breve y no del todo ajena al recuerdo cubista, para dejar paso al protagonismo de lo lineal, a través de composiciones geométricas, en las que la línea recta, frecuentemente reafirmada por el negro intenso y plano, ocupa su interés primordial.

 

El lápiz y la tinta china, nos hablan de la precisión técnica y la pasión por el dibujo de Caballero, como es ese trazo fino y seguro de los papeles de estos primeros años, donde sólo hay línea, sin planos ni sombras, que sólo aparecen casi de forma tímida ya mediada la década. Son obras con diferentes temas: figuras, paisajes, naturalezas muertas, etc., en las que la línea se alía en un interesante viaje estético e intelectual con el cubismo, el constructivismo y la abstracción (Serie de mesas, verticales, espacios geométricos y barreras). Y siempre manifiesto el recuerdo y el homenaje a los maestros y amigos de Caballero: Pablo Picasso, Paul Klee, Joaquín Torres García, Alberto Sánchez y Daniel Vázquez Díaz.

 

Pero a mediados de la década, la recta se va transformando en curva, y el paralelepípedo en mancha, en un proceso que culminará, casi por síntesis, de un modo fluido y natural, en el triunfo del volumen. En la medida que la masa, la mancha y el volumen se van imponiendo a la línea, comienza a perfilarse la presencia del color en el papel. A finales de la  década sin embargo, se  impone  de una manera rotunda, y con una clara carga simbólica que será desde entonces uno de los rasgos más definitorios de la expresión plástica de José Caballero.  De 1958 es Interior en el Toboso, un gran cuadro, donde se percibe el interés por las calidades pastosas y el relieve, aunque solo emplee óleo todavía. De 1959 son sus papeles de Composición nocturna I y II, y sus muros de fusilamiento,  que anuncian unas  series en las que el negro será protagonista.

 

Confiesa el propio artista: En ocasiones vuelvo al tema; no para perfeccionarlo, sino para expresarlo de otra manera. Y por eso, de alguna manera, a través de esta muestra asistimos al proceso vivo de la pintura de Caballero, a través de ensayos y descubrimientos o a través de obras finales, enriquecidas con diferentes tratamientos. Los papeles de José Caballero nos hablan de una pintura de inteligencia y pasión, en continua tensión dialéctica, técnica y emocional entre la expresión dramática y la contención. José Caballero comenta: Todos los nuevos procedimientos, todos los materiales, incluso los ajenos a la pintura despiertan mi curiosidad y siempre siento el deseo de conocerlos, de tratarlos, de saber los nuevos resultados de algo que desconozco. De experimentar la sorpresa porque siempre me atrae la sorpresa. Tanto que si de antemano supiera el resultado final de una obra, no sentiría el deseo de hacerla. Por eso considero la pintura como una apasionante aventura donde existen por igual la posibilidad de vencer y la de estrellarse. Quizás ese sea su mayor atractivo y su mayor riesgo.

 

Los años sesenta

 

En ese debate los papeles de Caballero manifiestan nuevamente una versatilidad infinita. De la misma manera, el papel blanco da cuerpo y materia a las paredes de su Andalucía natal cuyos colores provocados por el sol, (Muro blanco, pintura de 1961) el tiempo o las sombras fascinan al artista. De igual manera sirve a Caballero como de universo límbico, una suerte de vacío absoluto, sobre el que articular sus geometrías puras, despejadas de todo artificio, reducidas a lo esencial: la forma neta, volumen, con toda su rotunda sencillez. La de Caballero es una pintura esencial, que no necesita de rellenos ni de fondos, solo expresión plástica pura, y para la que el papel resulta un soporte sugestivo. De aquí a la abstracción hay un paso que ineludiblemente Caballero anunciaba desde casi sus primeras composiciones, la pureza de expresión, a través de esa “pintura del silencio”, en palabras del propio artista. De las geometrías a la mancha, de la línea al círculo, y después de la grafía al signo. El camino de la abstracción en José Caballero siempre conserva lazos de referencia. Se trata de una conexión – a veces plástica, a veces semántica y otras conceptual- que sin negar la abstracción nos conduce al tema, en ocasiones de forma abiertamente clara, y en otras de un modo críptico, interaccionando con el misterio, la fantasía de lo mítico, y la poética del intelecto humano. En efecto, los blancos muros de los encalados pueblos de su Andalucía natal y las barreras de los cosos taurinos, tienen un contenido emocional que Caballero transforma en pura abstracción. José Caballero confiesa: Esas maderas de las barreras y de los burladeros donde se nota claramente las huellas de los derrotes del pitón creando trágicas grafías y manchas de sangre de las cogidas. De nuevo vuelvo a la tensión pero es una tensión más mental. Cada una de aquellas maderas son mudos testigos de tragedia, de momentos de peligro. Ejemplo de lo descrito es Sangre en la Barrera, técnica mixta sobre tabla, de 1960.

 

La aguada es uno de los acertados y personales recursos técnicos en la pintura sobre papel de José Caballero. El artista modula la tinta en cuanto a intensidad y materia, diluyendo fondos, trazos y manchas en composiciones en las que la suave delicadeza de veladuras participan curiosamente, y a su modo, de la fuerza y el rigor de la pintura del artista.

 

En estos años sesenta junto a la aguada, la tinta china sobre el papel, esto es, el negro y el blanco, caracterizan gran parte de su trabajo. Formas negras verticales, a modo escultural o cuasi arquitectónicas, con presencia categórica, de trazo gestual y seguro, destacan sobre el inmaculado papel (Serie Piedras -1964- y Figuras solas -1965-, o Los pobres del páramo -1964-  y Formas en el campo -1966-). En estos años no olvida  a su gran amigo y maestro Alberto Sánchez, en forma de homenajes (La Terrateniente y Mujer pan, ambos de 1966). En ocasiones el uso de la mancha roja, añade una connotación de violencia contenida  (bocetos para el cartel de Yerma, 1960) o se convierte en traición y asesinato en la serie de papeles sobre la Muerte de Federico, de 1969; un recuerdo emocional sobre ese episodio trascendente para Caballero tanto en su historia personal, como para la memoria de España, y que aparece en obras del pintor de forma recurrente años después de su acontecer real.

 

Para José Caballero la abstracción también supone un recurso vital por el que expresar su denuncia, su inconformismo, su repulsa al ambiente hostil en que en España se vivía. En palabras del propio artista: Durante los cuarenta años de la dictadura del franquismo, la pintura inconformista se sitúa en la ilegalidad, legalizada por la utilización de la expresión abstracta. Era la única forma en que podía producirse sin ser prohibida. El hecho de la abstracción, significaba en sí mismo una rebeldía, pero  paradójicamente, el régimen que no lo entendió nunca, ni en su forma, ni en su contenido, decidió apoyarlo y hasta promoverlo de la manera más estúpida, por su parte. Había convertido este movimiento en un producto más de consumo o de inversión. Esta pintura  significaba un modo más de combatir al propio régimen. Pero el régimen sin ninguna preparación intelectual, la aceptó, porque aparentemente no le atacaba y le servía para, de una manera falsa, dar una versión más libre de ellos mismos al exterior. Pero jamás se dieron cuenta, que aquella pintura significaba una lucha interna inconformista con el propio régimen que la alentaba. Se estableció la pintura del silencio, que era la abstracción.

 

Las calidades de las materias y el relieve, la aspereza de la arena o el polvo de mármol sobre cartón, y las dextrinas están presentes en Construcción megalítica (1962) y en la serie Color y Configuración (1963) precedente de lo que serán sus pinturas matéricas de gran formato. También quiero destacar que ese trazo gestual y seguro, está lleno de grafías y caligrafías que visualmente nos transportan a la conmoción abstracta de lo oriental. De 1968 es Negro Orestes, una obra matérica de 2 metros por 2 metros.

 

Los años setenta

 

Para José Caballero es difícil separar la investigación y la creación, ambas caminan juntas y juntas trabajan de un modo especial según sea el soporte ante el que se enfrentan y sobre el que se conjugan. Caballero persevera en esta nueva década experimentando con nuevos materiales y de este modo descubre las posibilidades plásticas de la impronta de tejidos sobre el papel. Las gasas impregnadas en tinta tipográfica, se convierten en muchas obras de principios de los setenta, en un recurso expresivo, al igual que los esgrafiados realizados con peines y aceros sobre la mancha de tinta en círculos y espirales, que caracterizan algunas series del artista realizadas en esta década (Yoga, Signo, Caja sodomática de 1974 y Mandala, de 1975 o Espiral de 1977).

 

Varios de estos hallazgos (como los de Collage nocturno, Doble círculo con manchas verdes, Oceana azul, Verano japonés, Sobre el agua, todos de 1971) los traspasa luego en forma y expresión a grabados, como los que realizó para ilustrar los poemas de la carpeta Oceana de su amigo Pablo Neruda, que se muestran en vitrinas en esta muestra. Esta colaboración con otras artes no era algo novedosa ya que en 1952 ilustró los poemas de sus amigos José Hierro, Quinta del 42 y en 1954 los de José Manuel Caballero Bonald Memorias de poco tiempo. Y es que José Caballero mantuvo un rico trato personal y artístico con los más destacados poetas de su momento (además de los ya mencionados) con Rafael Alberti y José Bergamín. Precisamente es también sobre el papel donde se juntaron sus caminos y fructificó esta relación. Caballero realizó dibujos y grabados para acompañar –y no siempre para ilustrar, en la más estricta acepción del término- los poemas de estos escritores en magníficas ediciones y carpetas. En esta exposición se recogen otros ejemplos de estos trabajos, como Al Toro de José Bergamín, Miguel Hernández  y Sobre los ángeles, de Rafael Alberti, aunque pertenecen a la siguiente década.

 

José Caballero se apoya en los títulos para enfatizar el sentido de denuncia y de inconformismo que entrañan sus obras. De este modo tenemos en esta década los papeles de Zona controlada I y II, Lágrimas rojas,  Isla Negra, Frases escritas en las paredes, todas ellas de 1970,  Sol campesino y Mancha roja de 1973 o Luna llorando de 1979.

 

Caballero encontrará en el círculo un fecundo campo de expresión experimental desde donde establecer las bases de su universo pictórico, un firmamento de frías lunas llenas, de soles ardientes o de ruedos siempre salpicados de sombra, sangre y tragedia (pinturas como La Larga Noche de Nazim Hinmet, 1970, Anti-Atlas, 1971 o El desterrado, 1972). El propio artista comenta: Aparece en mi obra la forma lineal más simple. El círculo. También durante años investigo apasionadamente las posibilidades pictóricas que me da esta forma geométrica que se convierte en lenguaje vivo. Es sobre el círculo, esa forma pura donde todo se condensa, que es centro y origen de todo y de todos, la expresión suprema de lo rotundo y universal, sobre el que establece su propia cosmología plástica en esta década y en la que desarrolla, cómo no, su particular cosmogonía intelectual. Pero sus círculos no son estáticos, sino que como el cosmos participan de un movimiento que les da vida no sin un cierto guiño al informalismo de ese momento- y que como los planetas, tienen su propia traslación y su particular rotación, que los transforma en esferas, sobre las que se redondea su mundo de constelaciones soñadas, o los convierte en elipses de universos interiores, siempre en un medido dominio de fuerzas antagónicas: la ley gravitatoria de la introspección intelectual centrípeta y la fuerza centrífuga de la creación artística. Poco a poco voy consiguiendo un perfeccionismo que lo va desvitalizando y que le hace ir perdiendo todo su interés. Llega inexorable el abandono como tal experiencia. El círculo ya pertenece al pasado. De nuevo estoy en un apasionante período de investigación que desconozco todavía a dónde me llevará, escribió José Caballero.

 

Los años ochenta-noventa.

 

En los años ochenta el expresionismo de Caballero se convierte en simbólico. El color toma un protagonismo importante. Colores planos acaparan el espacio. Aparecen grafías y signos, caligrafías inventadas de mensajes misteriosos a medio camino entre la inspiración oriental y la abstracción de la que nunca se desvinculará del todo, como tampoco lo hizo de la realidad.  (como ejemplo sirva los cuadros Columna y escritura, 1985 y Después del verano,1989 )

 

Nuestro artista relató: Ahora hay algo que me atrae mucho, son las signografías en las escrituras orientales. Aun recuerdo, en Estambul, el impacto que supuso para mí contemplar, en Santa Sofía, aquellos cuatro enormes círculos negros, situados en la cúpula, con caligrafías orientales. También me atraen, además de la caligrafía árabe, la china y la japonesa, que son una auténtica abstracción en sus simbólicos signos. Se trata de un proceso anunciado en obras anteriores, a través del cual los universos deshabitados y silentes de José Caballero se irán poblando de signos y grafías con los que hacia 1984 su pintura se consagra al pictograma. Surgen pues del pincel, como si de una pluma se tratase, alfabetos y párrafos de una lengua propia y desconocida, arcana, rica en evocaciones de culturas milenarias, de epigrafías olvidadas del lejano Oriente, y de nuestro Mediterráneo. Lo mítico y lo plástico se unen en una peculiar simbiosis gracias a la cual la escritura se convierte en pintura.

 

Los homenajes a Rafael Alberti con Marinero en Tierra,- 1983-, Sobre los ángeles I y II, y En recuerdo de María Teresa León, ambos de 1984, a Miguel Hernández con La última carta escrita, 1984, junto con El exilio de 1986, Homenaje a los vencidos de 1987, El agua desvanece la sangre dejan ver muy a las claras, cuáles eran sus filias y sus preocupaciones personales.

 

En estos años ochenta el color es un destacado elemento de investigación plástica y recurso dialéctico en la pintura de José Caballero. En sus obras adquiere aún más relevancia sobre la bicromía en blanco y negro del papel y la materia, protagonizando el pulso creativo y emocional de la composición. Aunque su presencia sea importante, o tal vez precisamente por eso, Caballero usa el color con una estudiadísima parquedad –tan solo unos colores: tierras, blanco, negro y rojo. Su fuerza es tal que constituye uno de los elementos definitorios de ese expresionismo abstracto del Caballero de estos cuarenta años de creación. El color azul surge solamente cuando el mar impone su presencia (Cherno More, Marisma, Esteros, Durante milenios sumergido, Marinero en tierra, todos de 1983), ya que hay que tener presente que Caballero nació junto al mar.

 

En los seis papeles de 1990 y 1991y en la pintura (El eco, 1990) que aquí se muestran, los trazos se van simplificando, la expresión deriva a lo mínimo y en ocasiones el fondo blanco va conquistando espacio. Lo superfluo, sea gesto o color se va eliminando en pos de lo esencial. Sus últimas obras se vuelven más despojadas y esenciales que nunca. Los títulos de estas son los más personales del artista, están encriptados, sólo Caballero descifraría su significado.

 

Es el propio devenir creativo y experimental del artista, con unas preocupaciones e intereses determinados y con su estética y su expresión pictórica propias en cada momento, el que ha conformando estas distintas etapas claramente diferenciadas de este pintor prolífico y apasionado que es José Caballero, en su búsqueda de un lenguaje propio y su adaptación a sus inquietudes en cada periodo de su producción artística. Estamos ante un maestro que nunca parece querer dejar de aprender, ante un artista siempre capaz de llegar a la síntesis de elementos que en otros pudieran parecer antagónicos y que en sus obras sabe presentar complementándose en simbiosis perfecta. Es quizá por eso, que ya sea desde la expresión de las realidades ocultas del surrealismo a la negación de la figuración, a través de planteamientos constructivistas, expresionistas, o simbolistas, siempre se puede encontrar ese fondo común, ese sello multiforme pero inalterable que determina, en todo momento, y que caracteriza  la obra de José Caballero como uno de los más genuinos representantes de la abstracción española de la segunda mitad del siglo XX.

 

Catálogo de la exposición individual “José Caballero: Caminos de Papel, 1951-1991”, Circulo de Bellas Artes, Madrid, febrero-abril de 2011, pp. 9-19.

 

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