ALGUNOS TEXTOS

José Caballero

 

Ramón D. Faraldo

 

    He pedido a José Caballero que me deje escribir aquí en lugar de otro cualquiera, porque una vez que expuso, todos opinaron muy bien y yo me callé. Ahora he preferido no callarme, y él me ha hecho este favor. Cuando expuso entonces, discutimos por una cuestión de límites, en cuanto a la temperatura poética de los cuadros y los propios cuadros. La luna y la paleta pueden tener el mismo origen, y hasta cierto parecido fisonómico; pero

 

el influjo de aquélla produce en ésta delirios capciosos. En la época aludida me pareció que se encontraba bajo esta pálida amenaza. Ahora ha quitado la luna de en medio y se ha puesto ante un caballete con los oídos tapados.

 

Lo primero, pues, es decir que el terreno que pisa es de pintor con hambre y con sed. Sus cuadros son tan inocentes de la poesía que irradian cómo los cuerpos celestes y la situación del pintor con respecto a la pintura al óleo es exactamente la de alguien que está de bruces sobre una fuente y bebe.

 

Lo que impresiona es que los cuadros sean tan distintos, y esto pasa porque es la obra de un hombre. Si fuera, el itinerario de una hormiga no serían distintos. No hay que perdonar, hay que agradecer esta variedad. Debe decirse: es la sinceridad personificada, porque cada cuadro es de otra manera. Lo que les separa es lo mismo que hace diferente al hombre de una hora a otra, de estar bien a no estarlo, de sentirse feliz a sentirse derrotado. Un maestro dijo a Caballero, recién llegado éste de Huelva: "Lo principal es conocerse a sí mismo". Y bien, cada vez que Caballero ha creído conocerse a sí mismo se ha encontrado con otro. Rimbaud escribió: "Yo soy siempre él," Caballero es siempre nosotros, vosotros y ellos. No sabe vivir más que siendo a la vez de muchas maneras. Tampoco podría pintar si su corazón no cambiase de sitio en cada cuadro.

 

Esta originalidad le diferencia de otros pintores, obstinados en hallar un estilo único que sea la solución de todos sus problemas. Este está empeñado en tener cada vez más problemas y en no encontrar un estilo único: cuando lo encuentra dice "Ya está; a otra cosa." La consecuencia es que cada uno de sus cuadros encierra una exposición entera y que su indiferencia física y moral ante el espíritu de ahorro es absoluta.

 

Así llegamos a saber que la razón de sus actos no son los colores, ni los sistemas estéticos, ni la divina proporción, sino una pasión que se llama vida. En cada cuadro pone una existencia, un invento, una persona "Yo no pinto lo que busco, sino lo que encuentro", dice Picasso. "Yo, ni busco ni encuentro, yo voy", diría Caballero. El caso es ir y olvidar que se llega alguna vez, pues al llegar se acabó. Sabe dónde empieza: empieza en recuerdos, en lo que no ha visto nadie, en lo que ha visto todo el mundo, en un borrón de tinta, en un objeto sobre una mesa, en una cruz, en arena, en sombras, en nada. Cualquiera de estas cosas es un germen y puede originar una vida o un cuadro. El pintor se olvida de que está pintando, apenas sabe qué está haciendo dentro de su pintura.

 

Es cierto que sabe dibujar, pero la embriaguez empieza donde acaba su dibujo. Pintar no es poseer, sino ser poseído. La pintura no es una profesión, ni una obligación, sino una forma de libertad. Tiene menos de oficio que de fiebre. Uno se ha preparado para sufrirla aprendiendo a trazar rayas, caballos, orejas, flores y otras enseñanzas que sirven para mucho hasta que se empieza a pintar, y entonces no sirven para nada, lo que es mejor, porque si uno empieza a pintar para no hacer más que lo que sabe, juega con manos sucias y destruye lo que la pintura tiene de más sagrado, o sea, su misterio, y de más adorable, o sea, su libertad. Por no dañarlos, Caballero ha renunciado incluso a lo que le gustó más, es decir, a lo más peligroso para su independencia.

 

¿Cómo va a pertenecer a ninguna escuela un hombre que se niega casi el pertenecerse a sí mismo para ser más de su pintura ...? En cuanto a escuelas, todas sirven, todas están ahí, como las piedras y la cal en un solar; todas son útiles, particularmente las más arriesgadas, pues el riesgo es una forma de vivir más en menos tiempo. Lo abstracto, lo no abstracto, las simetrías cubistas y expresionistas, el espíritu clásico y el espíritu fauve, todo es utilizable, al menos hasta ese punto en que el derecho del pintor a hacer lo que le dé la gana no es amenazado.

 

Llamarle barroco significa tanto o tan poco como llamarle español. En ambos casos podría tratarse de asuntos de sangre. Caballero es español, no porque pinte episodios nacionales, sino por el movimiento de sus cuadros, por la clase de nostalgia o electricidad que desplazan. Al menos, si lo español se encuentra en estado agresivo en cierto sonido de crótalos, en la querencia de negros, morados y rojos, en una manera erizada y magnética de bailar, en las líneas de la mano, del fuego y del hierro, en la convivencia del peligro y la superstición, en la sustancia de un hueso en el que han roído Zurbarán y Falla, Juan Gris, García Lorca y otros así.

 

Resumiendo, podría decirse que José Caballero es un talento meridional y español, morisco en el fondo y cosmopolita en la forma, racial por su capacidad para descubrir y su incapacidad para administrar, temerario, imaginativo y desenfrenadamente romántico a la hora de la verdad. También podría decirse que es un pintor grande, pero esto no me corresponde a mí, que después de todo, o antes de todo, soy su amigo.

 

 

Cuadernos de Arte del Ateneo, Madrid, 1958 y catalogo exposición retrospectiva del artista en la Galería Nacional de Sofia.( Bulgaria.). 1979.

 

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